viernes, 1 de diciembre de 2006

NUNCA ES TARDE PARA APRENDER

A ver – dice la profesora Juana-; muy bien. Veo que todas ya han terminado su tarea

La tarea es la lección de hoy, la letra a, en minúscula, dibujada en la pizarra con meticulosa caligrafía de secretaria que trabajó su cuaderno Palmer, con una barriga inmensa y también con piernas, brazos, nariz, cabello rizado unas pequeña sonrisa y un guiño en los ojos.

Efectivamente, todas las alumnas han terminado su tarea. Han introducido sus palitos de helado dentro de unos tarros de goma y han pegado, con paciencia de niña jugando a las muñecas, decenas de arvejitas verdes sobre cada a escrita con plumón en sus hojas de papel periódico,

La a, prosigue la profesora, es la primera letra del alfabeto y de las vocales. A ver; ¿qué palabras empiezan con a?

Catalina Rojas levanta la mano con inocente timidez “¿Aaa-vión? Profesora”. Claro que si, Catalina- le anima la profesora- avión empieza con a, ¿todas las demás se han dado cuenta? Miren- y escribe en la pizarra -: aaa vión. ¿Otra palabra?
- Aceite, se entusiasma Elena
- Muy bien, ¿Otra palabra?
- Arroz
- Amor
- Ángel
- Ace
- ¿Hace?- pregunta intrigada la profesora
- Sí, “ace”- repite Isabel Meneses Junampa
- Perdón - corrige la profesora- : hace suena con a pero empieza con h, que es una letra muda.
- Nooo. Refutan todas en coro.
- Sí, con h- explica ella
- ¿Ace? ¿el detergente?
- Aaahhh el detergente

Isabel Meneses Junampa, es ayacuchana de 65 años y parece la letanía de un yaraví cuando relata que su esposo la interroga diariamente a donde va tan alegre, “seguro estarás tratando de conseguirte otro marido” le replica todos los días. Catalina Rojas tiene un año menos, proviene de San Mateo, Matucana y el padre de sus tres hijos también trata de desanimarla con una interrogante que en el fondo trata de ser una maldición: para qué se empeña en estudiar si jamás va a aprender le dice, si ya está demasiado vieja para eso.

Maria Romero está a punto de cumplir 70 años y cuenta que su padre, allá en el lejano Huancayo de su niñez, resolvió no enviarla al colegio argumentando que el lugar de las mujeres era en la cocina, lavando la ropa o criando los hijos y que aprender a leer y escribir solamente le servía a las mujeres para intercambiar cartas de amor y deshonor con sus enamorados. Rosa Ortega sufre de asma desde que llegó de Apurímac, hace 15 de sus 65 años, y casi pide perdón al explicar que por haber sido una niña huérfana fue obligada a abandonar la primaria para empezar a trabajar.

Elena Lavado Rondón de 68 años es natural de Huamachuco quiere aprender a olvidar una poco esa vida frustrada que la ha tocado vivir, donde solo conoció el hambre, las enfermedades y la pobreza.

Margarita Vásquez Arévalo, 70 años, oriunda de Cajamarca, recuerda que siempre le gustó aprender pero que seis hijos llegaron de golpe encargándose de enseñarle mas de pañales que de letras y números.

Claudia Rivas, 43años y madre soltera, nacida en Abancay está convencida de que su única opción para sobrevivir en esta ciudad tan ofensiva con los que no tienen y por lo mismo con los que no saben es, por lo menos, aprender a sumar y leer. Eulogia Pérez de 66 años natural de Cerro de Pasco, cuenta que sus nietos le piden ayuda con sus tareas escolares y ella quiere que la historia no se repita.

Todas ellas son un testimonio vivo y representan a 1700 personas que se han sublevado en el cono norte contra la injusticia de no haber podido aprender a leer y escribir, a sumar y restar. Ahora todas ellas están decididas a gritarle a su ignorancia, basta a todos aquellos que a lo largo de sus vidas las condenaron a la condición de ciudadanos de segunda categoría. Ellas están empeñadas en arrebatarle al destino, por la fuerza y con esfuerzo, la educación que saben les corresponde y nunca dejó de corresponderles.

No todas esas personas son mujeres ni andan por las seis décadas de vida. Pero ellas son un buen ejemplo a seguir, ya que las mujeres adultas son las más empeñosas porque ellas son las que llevan la responsabilidad y el gran peso de la educación de sus hijos y nietos. Y por que además no están contaminadas por el inútil complejo de la vergüenza de los hombres.

Que ese grito contra la ignorancia se oiga fuerte para que los oigamos todos de una buena vez, por que algún día, muy pronto, estas mujeres aprenderán a escribirlo

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